Emilio nació
un 13 de febrero de 1947 y se fue un 21 de octubre de 2004 a los 57 años de
edad. Los dos hechos, el comienzo y el final de su vida, se sucedieron en la
ciudad de Rosario.
La pasión
rectora de toda su vida supo ser el cine, las películas. A este arte se entregó
en casi todas sus variantes: espectador, analista, realizador, programador,
teórico, ensayista, historiador. A todas se entregó con el rigor que sólo la
pasión es capaz de provocar.
A los 21
años comenzó a ejercer la crítica cinematográfica en El Litoral, diario de la
ciudad de Santa Fe en la que vivió durante algo más de veinte años. El análisis
crítico (ya extinto de la prensa vernácula) entendido más como un sistema de
conocimiento que como la mera expresión de un juicio de valor. El análisis
cinematográfico, audiovisual, como un modo de aprehender el vasto mundo y no
como una variante más de la industria del entretenimiento.
Emilio hizo
del ser-espectador una actividad
implacable, una labor, un ejercicio, un desafío. Enfrentarse a un film es
colocarse frente a un territorio vasto, sinuoso y complejo. El desafío es,
siempre, desbrozar para sembrar sentido allí donde las apariencias sólo ofrecen
imágenes y sonidos. Contemplar un film es contemplar el mundo.
En Emilio,
como dije, el rigor constituía el espíritu central de la pasión
cinematográfica. No hay precisión posible sin rigor. La memoria, descomunal en
él, hermana y aliada fiel de su pasión, funcionaba también como una vía hacia
la clarividencia. Contemplar una película es contemplar, en simultáneo, la
historia del cine, la historia de las películas.
El ser espectador en Emilio fue el
resultado de una extensa labor dirigida a desarrollar una mirada: entrenar la
mirada, adiestrar el ojo y, primordial, aprehender la historia del cine hasta
donde sea posible.
El análisis
cinematográfico como un espacio desde el cual resistir la liviandad imperante;
la misma lógica que ponen en juego los films y los cineastas amados. Emilio
atravesó la década del ’90 llenando las pantallas con imágenes y sonidos de
Pasolini, Godard, Fassbinder… enseñándolos, desmenuzándolos, persiguiendo,
siempre, inficionar su propia pasión y sus propias convicciones en los otros.
Emilio fue
el responsable de cientos de ciclos de cine dedicados a cineastas, períodos
históricos, movimientos y desarrollos teóricos a lo largo y ancho de la ciudad.
Puso en práctica el arte de la programación y fue capaz de perseguir copias de films
como un perro sigue el rastro de un hueso. Hubo noches en las que no había
frente a él más que un puñado modestísimo de personas, hubo aquellas rebosantes
de ojos y murmullos: para todos los casos la disciplina del pedagogo era
exactamente la misma. Uno valía tanto como doscientos, doscientos valían tanto como
uno.
Emilio
sabía, descomunalmente sabía, sobre aquello que ofrecía. Infinidad de veces se
entregó por nada a cambio, nomás el placer de sentir la pasión latiendo (aunque
los redobles del hambre y lo módico, más tarde o más temprano, lo arruinaban
todo). Emilio careció de todas aquellas artimañas que nuestras sociedades cínicas
saben hacer cotizar y corresponder.
No sería
faltar a la verdad decir que Emilio amó más a las películas que a la realidad.
Aunque lo más certero sería decir que las fronteras entre ambas, al calor de su
espíritu, eran prácticamente nulas o cuanto menos inútiles.
He aquí en
este blog buena parte de su obra escrita. He intentado organizarla de la manera
menos caótica posible. Pienso, sin embargo, que si nada hubiera leído de todo
esto elegiría zambullirme en cualquier parte y luego ya, sin demasiadas
resistencias, me dejaría llevar de texto en texto sólo atento a los paisajes
maravillosos de la pasión.
Una radiografia de Emilio Toibero, excelente blog y merecido homenaje a esta gran persona, maestro y amigo.
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